LLUVIA, LLUVIA, VETE LEJOS
—Ahí está otra vez —decía Lillian Wright, colocando las celosías de la manera más conveniente para mirar—. Ahí está, George. —¿Quién está ahí? —preguntó el marido, intentando conseguir el contraste adecuado en el televisor, para poder contemplar a gusto el partido de béisbol. —La señora Sakkaro —respondió la mujer, y luego, para evitar el inevitable: «¿Quién es la señora Sakkaro?», añadió precipitadamente—: Son los nuevos vecinos, ¡por amor de Dios! —¡Ah! —Tomando un baño de sol. Siempre tomando baños de sol. Me pregunto dónde estará su chico. Suele estar fuera de casa, en un día bueno como éste, allí en aquel patio tan grande que tienen, tirando la pelota contra las paredes de la casa. ¿No le has visto nunca, George? —Le he oído. Es una variante del tormento chino del agua. ¡Bang! contra la pared, ¡biff! en el suelo, ¡plaff! en la mano. Bang, biff, plaff, bang, bilf, plaff... —Es un muchacho agradable, tranquilo y bien educado. Ojalá Tommie trabara amistad con él. Además, tiene la edad conveniente; unos diez años, diría yo. —No sabía que Tommie tuviera dificultad en ganarse amigos. —Pues con los Sakkaro es difícil hacer amistad. ¡Viven tan retraídos! Ni siquiera sé a qué se dedica el señor Sakkaro. —¿Para qué has de saberlo? A nadie le importa un pepino lo que haga ese hombre. —Es raro que nunca le vea salir a trabajar. —A mí nadie me ve salir yendo al trabajo. —Tú te quedas en casa y escribes. ¿Y él? ¿Qué hace? —Me atrevería a decir que la señora Sakkaro sabe qué hace el señor Sakkaro, y que está muy consternada porque no sabe qué hago yo. —¡Oh, George! —Lillian se apartó de la ventana y dirigió una mirada de disgusto a la televisión (Schoendienst estaba en el puesto de bateador). Creo que deberíamos hacer un esfuerzo; sí, los vecinos deberíamos hacerlo. —¿Qué clase de esfuerzo? —Ahora George estaba cómodamente sentado en el canapé, con una «Coca Cola» de las grandes en la mano, recién abierta y con el líquido casi convertido en escarcha. —El de conocerlos bien. —Oye, ¿no la conociste cuando se trasladaron aquí? Me dijiste que fuiste a visitarla. —Sí, le dije: «Hola»; pero ella se metió dentro, y como todavía tenían la casa en desorden, no podía pasar de eso, de decirle «Hola». Pero hace ya más de dos meses que están, y todavía no hemos pasado de un «hola» de vez en cuando... ¡Es tan rara! —¿De veras? —Siempre está mirando al cielo. La he visto en esa actitud un centenar de veces, y basta que haya la menor nube en el firmamento para que no salga. Un día que el chico estaba fuera, jugando, le gritó que entrase, diciendo que iba a llover. Yo la oí y pensé: «¡Santo Dios! ¿Quién lo diría? Y yo que tengo la ropa tendida...» De modo que salí corriendo y, ¿sabes?, hacía un sol deslumbrante. Ah, sí, había unas nubecillas; pero nada, en realidad. —¿Llovió más tarde? —Claro que no. Había salido corriendo al patio por nada. George se había perdido entre dos blancos en la base y un fallo de los más enojosos, que provocaría una carrera. Calmados los ánimos y habiendo recobrado la compostura el lanzador de la pelota, George le gritó a Lillian, que estaba desapareciendo dentro de la cocina: —Bueno, como son de Arizona, me atrevería a decir que no distinguen las nubes que traen lluvia de las que no. Lillian regresó a la sala con un repicar de tacones altos. —¿De dónde? —De Arizona, dice Tommie. —¿Y cómo lo sabe Tommie? —Habló con aquel muchacho, entre manotazo y manotazo a la pelota, me figuro, y el chico le dijo que habían venido de Arizona; pero en aquel momento lo llamaron para que entrase en casa. Al menos Tommie dice que era Arizona... o quizá Alabáma, o algo que suena por el estilo. Ya conoces a Tommie y su falta absoluta de memoria. Pero si están tan preocupados por el tiempo, me figuro que procederán de Arizona y no saben gozar de un buen clima lluvioso como el nuestro. —¿Cómo no me lo dijiste? —Porque Tommie me lo ha dicho esta mañana, precisamente, y porque he pensado que te lo habría contado también a ti, y a decir verdad, porque pensaba que serías capaz de llevar una existencia normal incluso en el caso de que no te enterases nunca, Puaf... La pelota había salido volando hacia la parte indicada del campo para que el lanzador pudiera dar por terminada su actuación. Lillian regresó junto a sus celosías y dijo: —Sencillamente, he de intentar conocerla. Parece muy simpática... ¡Oh, mira eso, George! George no miraba otra cosa que el televisor. —Sé que está absorta mirando aquella nube —añadió Lillian—. Y ahora se meterá dentro de casa. Seguro. Dos días después, George fue a la biblioteca en busca de datos, y volvió a casa con un cargamento de libros. Lillian le saludó radiante de satisfacción. —Bueno. Mañana no harás nada —exclamó. —Eso parece una aseveración, no una pregunta. —Es una aseveración. Saldremos con los Sakkaro; Iremos al parque Murphy. —Con... —Con nuestros vecinos, George. ¿Cómo es posible que no recuerdes nunca su nombre? —Soy un superdotado. ¿Y cómo ha sido? —Simplemente, esta mañana he ido a su casa y he tocado el timbre. —¿Tan fácilmente? —No ha sido fácil. Ha sido duro. Allí me tenías, temblando de puro nerviosismo, con el dedo apoyado en el timbre; hasta que se me ha ocurrido pensar que era más cómodo tocar el timbre que esperar a que abriesen la puerta y me sorprendieran plantada allí, como una tonta. —¿Y no te ha echado a puntapiés? —No. Ha sido muy afectuosa. Me ha invitado a entrar, me ha reconocido en seguida y me ha dicho que estaba muy contenta de que hubiera ido a visitarla. Ya sabes. —Y tú le has propuesto que fuésemos al parque Murphy. —Sí. He pensado que si proponía algo que pudiera significar una diversión para los niños, le seria más fácil aceptar. No querría perder una buena oportunidad para su chico. —Psicología maternal. —Pero deberías ver su casa. —¡Ah! La visita tenía un objetivo. Ahí está. Querías realizar una exploración completa. Pero, por favor, ahórrame los pequeños detalles. No me interesan los cubrecamas, y puedo pasarme lo mismo sin saber las dimensiones de los armarios. El secreto de la felicidad de aquel matrimonio estaba en que Lillian no le hacía el menor caso a George. En consecuencia, se metió en pequeños detalles, describió meticulosamente los cubrecamas, y le dio noticia detalladísima de las dimensiones de los armarios. —¡Y limpio...! No había visto jamás una vivienda tan inmaculada. —Entonces, si tienes mucho trato con ella, te marcará unas normas imposibles y, en defensa propia, tendrás que renunciar a su amistad. —Tiene una cocina —continuó Lillian, ignorándole por completo— tan relucientemente limpia que no parece posible que la utilice nunca. Le he pedido un vaso de agua, y lo ha sostenido bajo el grifo con tal perfección que no se ha derramado ni una gota sobre el fregadero. Y no era afectación. Lo ha hecho con tal naturalidad que he comprendido que siempre lo hace así. Y cuando me ha dado el vaso, lo sostenía envuelto en una servilleta limpia. Con la asepsia de una clínica. —Debe de ser un tormento para sí misma. ¿Aceptó sin titubeos y al instante la invitación de salir con nosotros? —Pues... al instante no. Ha preguntado a su marido qué previsión había para el tiempo, y él le ha contestado que todos los periódicos decían que mañana haría buen tiempo, pero que aguardaba el último parte de la radio. —Todos los periódicos lo decían, ¿eh? —Naturalmente, todos publican el parte meteorológico oficial; de modo que todos coinciden. Pero creo que están suscritos a todos los periódicos. Al menos me he fijado en el paquete que deja el muchacho... —No se te pasan muchos detalles por alto, ¿verdad? —De todos modos —replicó Lillian con aire severo—, ha telefoneado a la Oficina Meteorológica y les ha pedido el último parte y se lo ha comunicado, a gritos, a su marido, y ambos han dicho que nos acompañarían, aunque advirtiendo que si se produjeran cambios inesperados en el tiempo, nos telefonearían. —Muy bien. Entonces, iremos. Los Sakkaro eran jóvenes y agradables, morenos y guapos. Mientras bajaban por el largo paseo desde su casa hacia donde aguardaba el coche de los Wright, George se inclinó hacia su esposa y le susurró al oído: —De modo que el motivo de tanto interés es él. —Ojalá lo fuera —replicó Lillian—. ¿No es un bolso aquello que lleva? —Una radio de bolsillo. Para escuchar los partes meteorológicos, apuesto. El hijo de los Sakkaro venía corriendo tras ellos, blandiendo un objeto que resultó ser un barómetro aneroide, y los tres subieron al asiento trasero. La conversación se puso en marcha y duró, con un limpio peloteo sobre cuestiones impersonales, hasta el parque Murphy. El muchacho se mostraba tan cortés y razonable que hasta Tommie Wright, incrustado entre sus progenitores en el asiento delantero, se sintió arrastrado por el ejemplo a mantener una apariencia de civilización. Lillian no recordaba cuándo hubiera gozado de un paseo en coche tan serenamente agradable. Y no la inquietaba lo más mínimo el hecho de que, si bien apenas audible bajo el chorro continuo de la conversación, la radio del señor Sakkaro seguía abierta, aunque nunca le viese acercársela al oído. En el parque Murphy hacia un día delicioso; caliente y seco, pero sin un calor excesivo, y animado por un sol resplandeciente en un cielo azul, muy azul. Ni siquiera el señor Sakkaro, a pesar de estar inspeccionando continuamente todos los rincones del firmamento con mirada atenta y fijar luego un ojo penetrante en el barómetro, parecía encontrar motivo de queja. Lillian acompañó a los dos muchachos a la sección de diversiones y compró los billetes suficientes para que ambos pudieran gozar de todas y cada una de las emociones centrífugas que el parque ofrecía. —Por favor —le dijo a la señora Sakkaro, que no quería permitirlo—, deje que esta vez invite yo. Le prometo que la próxima dejaré que invite usted. Cuando regresó, George estaba solo. —¿Dónde...? —preguntaba ella. —Allá abajo, en el puesto de los refrescos. Les he dicho que te esperaría aquí y nos reuniríamos con ellos. —Él parecía sombrío. —¿Pasa algo? —No, en realidad no; excepto que pienso que ese hombre debe de ser riquísimo. —¿Qué? —No sé cómo se gana la vida. He insinuado... —¿Quién es el curioso ahora? —Lo hice por ti. Me ha dicho que se dedica, simplemente, a estudiar la naturaleza humana. —¡Qué filosófico! Eso explicaría aquellos montones de periódicos. —Sí, pero teniendo a un hombre guapo y rico en la puerta de al lado, parece como si también a mí me marcaran unos modelos imposibles. —No seas tonto. —Ah, y no procede de Arizona. —¿No? —Le he dicho que había tenido noticia de que era de Arizona. Ha parecido tan sorprendido que se ha visto claramente que no es de allá. Después se ha puesto a reír y me ha preguntado si tiene el acento de Arizona. Lillian comentó pensativamente: —Sí, tiene un acento especial. En el suroeste hay muchísima gente que desciende de españoles, de modo que, en fin de cuentas, podría proceder de Arizona. Sakkaro podría ser un apellido español. —A mí me suena a japonés... Vamos, nos están haciendo señas. ¡Oh, buen Dios, mira lo que han comprado! Cada uno de los miembros de la familia Sakkaro tenía en las manos tres palos de algodón de azúcar, grandes volutas de espuma rosada consistente en hebras de azúcar obtenidas a partir de un jarabe como escarcha que habían batido en un recipiente caliente. Era una golosina de sabor dulce que se desvanecía en la boca y le dejaba a uno todo pegajoso. Los Sakkaro ofrecieron uno de aquellos bastones a cada uno de los Wright, y éstos, por pura cortesía, aceptaron. Luego probaron suerte con los dardos, en esa especie de póquer en que unas bolas han de rodar hacia unos hoyos, y en derribar cilindros de madera de encima de unos pedestales. Se retrataron, grabaron sus voces y probaron la fuerza de sus manos. Al cabo de un rato, recogieron a los chicos, que habían quedado reducidos a un gozoso estado de diarrea y de entrañas irritadas, y los Sakkaro acompañaron inmediatamente al suyo al puesto de los refrigerios. Tommie insinuó la posibilidad de prolongar sus placeres adquiriendo un «perro caliente», y George le dio un cuarto de dólar. Tommie salió corriendo en pos de los vecinos. —Francamente, prefiero quedarme aquí —dijo George—. Si les veo mordisquear otro palo de algodón de azúcar me pondré verde y me darán arcadas. Si no se han comido una docena cada uno, me la como yo. —Lo sé, y ahora están comprando un puñado para el chico. —He invitado al marido a despachar un par de hamburguesas mano a mano; pero él ha puesto mala cara y ha meneado la cabeza. Claro, una hamburguesa no es gran cosa; pero después de tanto algodón de azúcar habría de parecer un festín. —Lo sé. Yo le he ofrecido una naranjada a ella, y, por el salto que ha dado al decir que no, habrías pensado que se la había arrojado a la cara... Sin embargo, me figuro que no habían estado nunca en un lugar como éste y necesitan un tiempo para adaptarse a la novedad. Se hartarán de algodón de azúcar y luego se pasarán diez años sin probarlo. —Sí, es posible. —Y fueron a reunirse con los Sakkaro—. Mira, Lil, se está nublando. El señor Sakkaro sostenía el aparatito de radio junto al oído y miraba ansiosamente hacia el Oeste. —Oh, oh, lo ha visto —dijo George—. Te apuesto cincuenta contra uno a que querrá irse a casa. Los tres Sakkaro se le echaron encima, muy corteses, pero insistentes. Lo sentían en extremo, lo habían pasado maravillosamente, imponderablemente bien, y los Wright habrían de ser sus invitados tan pronto como pudieran arreglarlo; pero ahora, de veras, tenían que irse a casa. Se acercaba una tormenta. La señora Sakkaro gemía y lloriqueaba diciendo que todos los partes de la radio habían anunciado buen tiempo. George intentó consolarlos. —Es difícil predecir una tormenta local; pero, aún en el caso de que viniera, y es posible que no, no duraría más de media hora a lo sumo. Explicación que puso al menor de los Sakkaro a punto de derramar lágrimas, e hizo temblar visiblemente la mano de la señora Sakkaro, que sujetaba un pañuelo. —Volvamos a casa —concluyó George—, resignado. El viaje de regreso parecía prolongarse interminablemente. La conversación brillaba por su ausencia. Ahora la radio del señor Sakkaro bramaba con fuerza, mientras su dueño sintonizaba una emisora tras otra, dando cada vez con un parte meteorológico. En estos momentos todos hablaban de «aguaceros locales». El pequeño Sakkaro se quejó con un hilo de voz de que el barómetro estaba bajando, y la señora Sakkaro, con el mentón apoyado en la palma de la mano, contemplaba el cielo con mirada lúgubre y le pedía a George si podía hacer el favor de correr más. —No parece muy amenazador, ¿verdad que no? —comentaba Lillian en un cortés intento de identificarse con el estado de ánimo de su invitada. Aunque luego George le oyó murmurar entre dientes: —¿Qué te parece? Cuando entraron en la calle en que vivían, se había levantado un viento que empujaba el polvo formado en semanas de no llover, y las hojas susurraban con acento amenazador. Un relámpago cruzó el firmamento. —Amigos míos, dentro de un par de minutos estarán en casa —prometió George—. Lo conseguiremos. Paró ante la puerta de la verja que daba acceso al espacioso patio de los Sakkaro y saltó del coche para abrir la portezuela trasera. Creyó recibir una gota de lluvia. Llegaban justo a tiempo. Los Sakkaro bajaron precipitadamente, las caras estiradas por la tensión, murmurando unas frases de agradecimiento, y se lanzaron a la carrera hacia el largo paseo que llevaba a la puerta de la fachada. —¿Qué te parece? —empezó Lillian—. Uno diría que son de... Los cielos se abrieron y la lluvia descendió en forma de gotas gigantes, como si se hubiera reventado de pronto alguna presa celestial. Un centenar de palos de tambor repicaban sobre la capota del coche... Y a mitad de camino de la puerta de su casa, los Sakkaro se habían parado y levantaban la vista al cielo con aire desesperado. Bajo el azote de la lluvia, sus rostros se disolvían; se disolvieron y contrajeron y resbalaron hacia el suelo. Los tres cuerpos se reducían, desplomándose dentro de las ropas, que se deshincharon sobre el suelo, formando tres montoncitos mojados y pegajosos. Y mientras los Wright continuaban sentados en su coche, transfigurados de horror, Lillian fue incapaz de reprimirse y dejar de terminar el comentario iniciado: —... que son de azúcar y tienen miedo de disolverse. |
其他有趣的翻譯
- 太陽系的行星
- De la selva
- LLUVIA, LLUVIA, VETE LEJOS
- 西班牙斗牛(corrida de toro)
- 西班牙語書信
- 西班牙的風(fēng)俗習(xí)慣
- 西班牙介紹
- 西班牙風(fēng)貌
- 西班牙國旗解說
- 西班牙演員入侵好萊塢(西英)
- 西班牙家族傳統(tǒng)(西英)
- 西班牙文藝(西英雙語)
- 西班牙飲食(西英)
- 科技與發(fā)明(西英雙語)
- 巴塞羅那西英雙語介紹
- 偉大的人道主義者(西英雙語)
- 兒童與教育(西英雙語)
- 如何擁有健康的身體(西語)
- 《一千零一夜》連載一
- 《一千零一夜》連載二
- 《一千零一夜》連載三
- 《一千零一夜》連載四
- 《一千零一夜》連載五
- 《一千零一夜》連載六
- 《一千零一夜》連載七
- 《一千零一夜》連載八
網(wǎng)友關(guān)注
- 西班牙語中的前綴
- 西語童話:Los cisnes salvajes
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)參考答案(第四課)
- 西語童話:El ángel
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)參考答案(第一、二課測(cè)試)
- 西語童話:Chácharas de niños
- 西語童話:Bajo el sauce
- 西班牙語版《百年孤獨(dú)》
- 西語童話:La aguja de zurcir
- 唐詩西譯-靜夜思
- 西語童話:El cometa
- 西語童話:Las cigüeñas
- 《致哭逝者》(西中對(duì)照) A te che piangi i tuoi morti
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)參考答案(第三、四課測(cè)試)
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)參考答案(第二課)
- 西語童話:El compañero de viaje
- 樹懶——南美洲特有的動(dòng)物
- 西語童話:Las aventuras del cardo
- 西語童話:La dríade
- 西語閱讀:El abeto
- 西語童話:Lo que contaba la vieja Juana
- 西語童話:El duende de la tienda
- 西語童話:Desde una ventana de Vartou
- 西語童話:Dos pisones
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)第五、六課測(cè)試參考答案
- 西語童話:La casa vieja
- 西語童話:Los corredores
- 西語童話:Buen humor
- 西班牙語的起源(簡(jiǎn)單西語)
- Se Quema Tu Choza
- 西語童話:El chelín de plata
- 西語童話:Dos hermanos
- 西班牙語常用商業(yè)符號(hào)
- Gringo來源趣話
- 西語童話:El diablo y sus añicos
- 西班牙的方言(簡(jiǎn)單西語)
- DELE中級(jí)模擬試題
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)第六課參考答案
- 現(xiàn)代西班牙語自學(xué)要點(diǎn)第一冊(cè)第一課
- 妙語連珠(西漢對(duì)照)las palabras divertidas
- 西語童話:En el cuarto de los niños
- 西語童話:En el corral
- 西語童話:Los chanclos de la suerte
- 西語童話:Algo
- (西語)一首給母親的詩 Un poema para mamá
- 閱讀:NUDOS
- 西語童話:El Ave Fénix
- 美洲西班牙語(簡(jiǎn)單西語)
- 西語童話:El cerro de los elfos
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)參考答案(第一課)
- 西語童話:Colás el Chico y Colás el Grande
- 西語童話:Los campeones de salto
- 西班牙語介紹
- 西語版聯(lián)合國世界人權(quán)宣言
- 西語童話:Abuelita
- 西語童話:El caracol y el rosal
- Colás el Chico y Colás el Grande
- 西語笑話:世界上最聰明的人
- 西語童話:El cofre volador
- 西語童話:Día de mudanza
- 西班牙的語言
- 西語童話:Dentro de mil años
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)參考答案(第三課)
- 西語童話:Ana Isabel
- 西班牙語常用職業(yè)總結(jié)
- Comparison of Spanish and Italian
- 西語童話:Cinco en una vaina
- 現(xiàn)代西班牙語第一冊(cè)第五課參考答案
- 西語童話:El bisabuelo
- 西班牙語翻譯 兩則西班牙語諺語
- 西語童話:Cada cosa en su sitio
- 西語童話:La campana
- 西語童話:¡Baila, baila, muñequita!
- 西班牙語履歷
- 西語童話:El cuello de camisa
- 西語版聯(lián)合國世界人權(quán)宣言
- 色鬼、酒鬼、煙鬼與魔鬼(中西對(duì)照)
- 西班牙的語言(簡(jiǎn)單西語)
- Chiste de borrachos
- 上帝的十個(gè)問題
- 西語童話:El alforfón
精品推薦
- 2022喜歡農(nóng)村安靜生活的句子 農(nóng)村恬靜的優(yōu)美句子最新
- 很悲涼的語句心情不好發(fā)朋友圈 看一眼就很想哭的語錄2022
- 湖南湘潭理工學(xué)院是一本還是二本 湘潭理工學(xué)院是幾本
- 2022口腔科高端大氣廣告詞 最吸引人的口腔廣告語
- 矯正牙齒需要多少錢 牙齒矯正一般大概多少錢
- 蜜雪冰城加盟需要多少錢 蜜雪冰城加盟條件和費(fèi)用
- 名偵探柯南經(jīng)典臺(tái)詞 名偵探柯南經(jīng)典語錄大全
- 南通大學(xué)杏林學(xué)院是幾本院校 南通大學(xué)杏林學(xué)院是一本嗎
- 出去玩的心情發(fā)朋友圈簡(jiǎn)短句子 出去玩的心情發(fā)朋友圈簡(jiǎn)短文案搞笑
- 2022七夕經(jīng)典說說大全 七夕說說幸福甜蜜
- 安定區(qū)05月30日天氣:多云轉(zhuǎn)中雨,風(fēng)向:東北風(fēng),風(fēng)力:3-4級(jí)轉(zhuǎn)<3級(jí),氣溫:21/11℃
- 天門市05月30日天氣:多云,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:27/21℃
- 策勒縣05月30日天氣:陰,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:26/13℃
- 西和縣05月30日天氣:多云轉(zhuǎn)小雨,風(fēng)向:東北風(fēng),風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:27/14℃
- 墨玉縣05月30日天氣:陰,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:25/13℃
- 縣05月30日天氣:小雨轉(zhuǎn)中雨,風(fēng)向:東北風(fēng),風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:24/11℃
- 伊犁05月30日天氣:晴,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:26/12℃
- 天峻縣05月30日天氣:小雨,風(fēng)向:南風(fēng),風(fēng)力:3-4級(jí)轉(zhuǎn)<3級(jí),氣溫:17/2℃
- 文昌市05月30日天氣:多云,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:35/25℃
- 烏魯木齊縣05月30日天氣:晴轉(zhuǎn)多云,風(fēng)向:無持續(xù)風(fēng)向,風(fēng)力:<3級(jí),氣溫:20/10℃
分類導(dǎo)航
- 經(jīng)典對(duì)聯(lián)
- 結(jié)婚對(duì)聯(lián)
- 祝壽對(duì)聯(lián)
- 喬遷對(duì)聯(lián)
- 春節(jié)對(duì)聯(lián)
- 對(duì)聯(lián)故事
- 元宵節(jié)對(duì)聯(lián)
- 元旦對(duì)聯(lián)
- 端午節(jié)對(duì)聯(lián)
- 其他節(jié)日
- 挽聯(lián)
- 名勝古跡對(duì)聯(lián)
- 行業(yè)對(duì)聯(lián)
- 格言對(duì)聯(lián)
- 居室對(duì)聯(lián)
- 佛教寺廟對(duì)聯(lián)
- 生肖對(duì)聯(lián)
- 名著對(duì)聯(lián)
- 慶賀對(duì)聯(lián)
- 對(duì)聯(lián)史話
- 對(duì)聯(lián)技巧
- 對(duì)聯(lián)創(chuàng)作要點(diǎn)
- 對(duì)聯(lián)擷趣
- 對(duì)聯(lián)之最
熱門有趣的翻譯
- 中西雙語閱讀:蘇菲的世界(28)
- 西班牙語基礎(chǔ)教程 Leccion 5
- 西班牙語慶賀短信
- 西班牙語基礎(chǔ)教程 Leccion 6
- 西班牙語場(chǎng)景會(huì)話:租房
- 西班牙語專用語:愛情篇
- 現(xiàn)代西語第一冊(cè) 第八課
- 西班牙語情景對(duì)話03
- 商貿(mào)西班牙語口語(第3課)
- 西班牙語浪漫短信
- 生活西語:在餐館
- 西班牙語語法細(xì)講:被動(dòng)句和無人稱句
- 西班牙語美文晨讀:阿蘭胡埃斯之戀
- 西語閱讀:世界各國的過年習(xí)俗—蘇格蘭
- 夏日冰品之千奇百怪的啤酒
- 西語生活口語:一個(gè)真誠的男人?
- 標(biāo)準(zhǔn)西班牙語語音入門 9
- 西語100句:他現(xiàn)在不在
- 常見昆蟲西班牙語名稱
- 雙語閱讀:九月,故事的開始
- 西語童話:Día de mudanza
- 應(yīng)急西班牙語:結(jié)帳服務(wù)
- 聯(lián)合國世界人權(quán)宣言(四)
- 雙語閱讀:天津小吃
- 小王子 簡(jiǎn)介(中西對(duì)照)
- 西語聽力:虛擬女孩幫助反性侵組織辨認(rèn)兒童性侵罪犯